La transformación musical desde lo femenino

22.11.2021

Sobre el proceso de exploración sonora y las transformaciones desde lo estrictamente musical en la inclusión de la participación femenina.

Sumar la participación de las mujeres a la práctica musical dentro de una tradición, en la que, por norma, no hemos sido consideradas, resulta mucho más complejo de lo que a simple vista parece. Me refiero específicamente a las mujeres desde su condición física y biológica, independientemente de su identidad de género y/o preferencia sexual. Para hablar de ello, me sitúo desde mi experiencia como mujer ejecutante dentro de conjuntos de cuerda en el medio de la música tradicional de la Tierra Caliente del Occidente de México, en diferentes contextos que abarcan lo rural y lo urbano. Esta experiencia personal engloba de manera articulada y equitativa, no solo la práctica musical, sino la gestión, la promoción, la investigación, la docencia y la maternidad.

Y...¡¿Quién me manda?!

Durante los últimos años, tuve el privilegio de formar parte de una agrupación conformada en su base por una mayoría de mujeres, con distintas configuraciones, según las circunstancias: dos, tres, cuatro, hasta cinco mujeres y un hombre, aunque en ocasiones otros músicos invitados llegaban a equilibrar el número o a invertir la balanza. Este fenómeno excepcional para la práctica musical del contexto de la Tierra Caliente, el constante diálogo y la reflexión alrededor de nuestras vivencias como mujeres, me llevaron a interesarme por dirigir mi trabajo con un enfoque de género, y así, una experiencia tras otra, derivó en el proyecto "Ahora verás chamacas...Al son de las mujeres", beneficiado por el Programa Músicos Tradicionales Mexicanos del FONCA (SACPC) en su emisión 2020.

Al inicio del proyecto, tenía la certeza de que debía abordar el trabajo desde la renovación de la lírica y la exploración musical a partir del universo femenino, sin tener muy claro los cómos; claro, si casi no hay referentes, somos contadas las mujeres que interpretamos el repertorio y, todavía menos, las que participamos activamente de manera profesional, en la región de la Tierra Caliente. Aunque entre mis compañeras de Chaneque Son, habíamos dado ya algunos pasos en ese sentido, reconozco que, en aras de preservar la tradición, también mantuvimos algunos estándares que definen la práctica musical y cierta aproximación a los estilos de ejecución. Me he topado con observaciones como que, sin duda, la música de la Tierra Caliente, se encuentra cargada de cierta fuerza agreste, difícil de encontrar en una expresión "femenina"; la misma convivencia con la gente y el ambiente de la región, que ejercen una influencia en la manera de leer y vivir la vida... No estoy yo, para decir si mi manera de ejecutar, responde a estas "exigencia" sonoras, pero sin duda, recorrer la Tierra Caliente, tocar y cantar su música, ha tenido un fuerte impacto en mí y puedo reconocer algunas transformaciones contundentes, dependiendo también del momento en que como mujer me he encontrado.

Para continuar con lo musical, por ejemplo, aprendí a procurar mantener una afinación en las cuerdas, por debajo del estándar A 440 Hz., un cuarto de tono, medio tono, hasta un tono o más por debajo; aunque reconozco la utilidad del artefacto para orientar a un oído en formación, nunca con un afinador de por medio. Adquirir un violín terracalenteño, que fuera del Zurdo de Tiquicheo, experimentado músico, de la región del Balsas; me hizo apreciar con mayor razón estas afinaciones bajas para no forzar las cuerdas de mi instrumento y disfrutar de su particular voz adaptada a tocar por lo bajo. Mi oído, se acostumbró además a seguir líneas melódicas identificando los sonidos correspondientes a esta afinación y ahora se pierde al escuchar una melodía ubicada en la afinación de 440, fenómeno que hace unos años, sucedía a la inversa. Aprendí a disfrutar con la exquisita percepción acuosa de los bordones del arpa que me hacen estremecer, especialmente cuando emerge la sensación sonora de un barco, combinada con el latir profundo del tamboreo del arpa; empecé también a reconocer el grado de tensión que me gusta y que soporta el arpa para tocar cómodamente. Escuchar a los antiguos conjuntos Zicuirán y El Lindero, convivir con los nuevos arperos que interpretan el repertorio antiguo de estos mismos conjuntos, me llevó a preferir el sonido de los trinos ejecutados con las yemas de los dedos, por sobre la brillantez de los trinos pulsados con uñas y púas de acrílico que predominan en otras regiones. Aprendí que la mayor parte del repertorio se encuentra por el tono de Sol, otro puño por Re, por Do mayor y otros poco por Mi y La menor, una excepcional Malagueña Arrocera que oscila por La mayor. Comprendí que se tocan tandas de sones por cada tono, para evitar estar cambiando la afinación del arpa con frecuencia y para calentar la voz y los dedos. Por otro lado, encontré, que los músicos tradicionales podían tener formas distintas de colocar, agarrar y digitar su instrumento, todas válidas, lo que me permitió buscar las que me resultaban cómodas.

Pocas veces me había aventurado a explorar transportando el tono en el que habitualmente se tocan los sones; con aquella agrupación de conformación mayormente femenina, teníamos la posibilidad de contar con una variedad de timbres y tesituras -entre nosotras, una voz contralto- que nos permitía dividir por rangos y facilitaba la repartición de las intervenciones. Sin embargo, si llegaba a suceder que, por azar, me tocara colocar mi voz, abajo, en la segunda, quizás podría con esfuerzo llegar a los tonos más bajos, un esfuerzo en vano, porque mi voz, difícilmente se escucha con el pequeño volumen que alcanza en esos registros. Reconozco que, además, no tengo oficio de cantante y las limitaciones con las que a ello me enfrento, que también influyen en este proceso...Con frecuencia, al cantar versos me encontraba incómoda, salvo en la mayoría de los jananeos o en algunas piezas, por ejemplo, al cantar La India Planeca, Qué Chulos Ojos, La Rosa Encantada, por mencionar algunas, que se caracterizan por ser interpretadas con voces agudas y brillantes que distinguen a los músicos de la Tierra Caliente, piezas que realmente podía disfrutar de cantar. Pero para el resto, para la mayoría del repertorio, pues... los sones así van y así se tocan. Y es que, en el fondo, tiene sentido: La comunidad que se construye a partir de la convivencia musical, interpreta un repertorio afín, aunque con sus respectivas variantes regionales; esto hace posible que músicos de distintas procedencias, de distintas agrupaciones, interactúen interpretando un repertorio compartido, a partir de códigos muy definidos que debieran facilitar la transmisión oral y su preservación.

Hoy, formo parte de la agrupación El Lindero, en el municipio de La Huacana, participo como música invitada, con otras configuraciones mayoritariamente masculinas, siendo generalmente en este contexto, la única mujer ejecutante, interpretando el repertorio antiguo arriba mencionado. La situación no cambia mucho respecto a lo expuesto, salvo que mi registro vocal se ha movido hacia abajo, y mi proyección es menor; ahora me cuesta más trabajo llegar a los agudos que antes alcanzaba, proceso en el que también deben estar implicados cambios hormonales y provocados por la edad. Ahora, con mayor frecuencia encuentro mi voz poco cómoda y también, canto menos.

La tradición se renueva

En fin, todo este preámbulo, para exponer, que considerar la participación de niñas y mujeres jóvenes o adultas en un proceso musical formativo, definitivamente se encuentra atravesado por este tipo de prácticas o ideas. El proyecto "Ahora verás chamacas... Al son de las mujeres", postulado en la Modalidad: Músicos que renuevan la tradición musical mexicana, representaba todo un reto en este sentido. Vaya aventura, profanar ese espacio sagrado de lo masculino y lo tradicional, siendo una persona fuereña, ajena a la comunidad, que creció desarraigada del campo y de la tradición musical de la tierra materna y de los abuelos... Además, mujer, aquella que, por decir lo menos... a ver si es cierto que toca; aquella que se presenta tocando con pantalones y el cabello disforme, cortado como hombre; aquella que carga a su bebé en rebozo o en brazos mientras toca en un compromiso... Comparto abiertamente esta situación en referencia a la maternidad en todas sus etapas, pues, en definitiva, transforma nuestra manera de aproximarnos al oficio, y al ambiente en el que éste se desarrolla. En ocasiones, mi condición de madre lactante ha sido objeto de cuestionamiento en el contexto del baile de tabla, como también, me he encontrado a veces con cierta falta de consideración cuando debo alimentar a mi bebé, porque claro, se está cobrando, y se reparte parejo. Por supuesto que es una decisión personal el mantenerse activa, desde el amor y la pasión por la música, buscar los medios para que este momento de la vida sea más llevadero en el terreno profesional, en medio de la precariedad laboral que de por sí implica dedicarse a la música, y a la música tradicional. No es fácil cubrir los horarios de trabajo, que van de las 4 a 6 o más horas continuas, tras viajar varias horas estando embarazada, o tras las jornadas de desvelo que implica la lactancia materna, sin duda, es indispensable la repartición equitativa del trabajo de cuidados y crianza, especialmente cuando se comparten en el terreno laboral. Tampoco es fácil encontrar suplencia, como si la hubiera de sobra, así que, mirándola positivamente, esta situación se vuelve también una oportunidad para involucrar a las nuevas generaciones de aprendices, y en particular, a nuestra alumna, la chica que destaca por ser quien ha logrado aprender mayor repertorio, que merece y necesita de espacios para enrolarse, ganar seguridad en su desempeño y empoderarse en el oficio. Esto nos ha permitido también estrechar los lazos que nos unen hacia una relación de confianza, de confidencia y de apoyo mutuo. Esta experiencia, igualmente, nos hace cuestionarnos la manera en la que se permite o no, el ejercicio de la música desde su función comunitaria, para quienes se encuentran aprendiendo, quienes finalmente un día, habrán de llevar la voz cantante.

Tocar en el tono que se canta, y no al revés.

Una vez echado a andar el proyecto Al son de las mujeres, el primer problema al que me enfrenté, ha sido el de decidir el repertorio a trabajar. No sólo me interesaba abordar aquél que nos permitiera hacer una socialización y cuestionamiento de los estereotipos de género y constructos que predominan en la lírica, y, por ende, -en diálogo de ida y vuelta- en las normas sociales. Me interesaba, además, involucrar a las participantes en la creación de nuevos versos y renovar el discurso con la voz de las mujeres. Otro criterio a considerar era que el repertorio fuera sencillo, pues la mayoría de las participantes nunca había tomado un instrumento musical en sus manos y al mismo tiempo, debía ser cómodo para cantar. Pero, al menos, para mí, la mayoría de los sones no cumplen del todo con esta última condición. Había que escuchar a las participantes, quienes en general, manifestaban timidez para expresarse verbalmente y una fuerte resistencia a cantar en público o mientras se sienten escuchadas y observadas. Cantar grupalmente fue la solución, aunque no aplica para todas.

Recuerdo que alguna vez, en la charla "Mujeres en el Son" en el V Festival Verso y Redoble, pregunté, ¿qué transformaciones se podía encontrar, musicalmente hablando, a partir de encontrar mayor presencia femenina en el ámbito de la música tradicional? Se toca en otros tonos, fue la respuesta, para el caso de la región Huasteca...Transportar algunas piezas era una opción que parecía obvia, no obstante, no eran tan evidentes las implicaciones que con ello venían. Ahora verás chamacas, fue el título del proyecto, basado en el Son "La Chamaca", un son que, además de tener una carga misógina en sus versos, se toca por el tono de Sol y a la mayoría de nosotras nos queda muy abajo pa' la cantada. Esta única chica, que permanecía desde los talleres previos, tocaba dicho son; pedirle que lo tocara transportado a otro tono, significaba que lo aprendiera de nuevo. Aparte, la habilidad de transportar (cambiar de tono) una melodía en el violín, requiere de tiempo y entrenamiento; (sirva de paso, este ejemplo como una de las múltiples razones para sustentar que los procesos de enseñanza-aprendizaje de la música tradicional, no pueden, ni deben ser considerados como procesos de corta duración). Reproducir este esquema con un buen número de piezas, resulta inconveniente, porque hay dos opciones: o se toca solo entre mujeres, rediseñando el corpus de piezas existente, o se duplica el esfuerzo de aprendizaje para poder, además de tocar un repertorio especial entre mujeres, insertarse en la práctica musical donde prevalecen las nociones masculinas. Esta segunda opción, a la larga, quizás impactaría en que ellas tendrían una destreza que, no necesariamente ellos desarrollarían (especialmente quienes se encuentran en formación).

La estrategia derivó entonces, en buscar melodías que, al transportarse, simplemente se cambiara de cuerda manteniendo la misma digitación. Así, por ejemplo, La Corralera, que habitualmente se toca por La menor, se puede tocar por Re menor, La Samba Amalia que se toca por Do mayor, se puede tocar por Fa mayor, que de Re se puede cambiar a Sol. ¿Cuántas piezas podríamos encontrar así? Sin embargo, esto podría aplicar para la voz del primer violín, pero no necesariamente para el segundo. Implica también, que quien toca la guitarra, desarrolle un mayor conocimiento y dominio de los acordes, los círculos armónicos de otros tonos y las distintas posiciones en el diapasón para acompañar. Todo esto implica llevar un proceso de formación musical mucho más complejo. 

En suma, ya dijimos que, el arpa tradicional, hecha de clavijas de madera, en algunos casos, de metal, no puede estar variando de tono cada pieza y es deseable ajustar unas pocas cuerdas para cambiar la afinación. Encontramos entonces que del Do, se puede pasar fácilmente a Re menor y Fa mayor. Corresponde pues, realizar un estudio amplio para poder agrupar cierta cantidad de piezas en un mismo tono y la secuencia en la que sería más factible ordenarlos.

Y como no se trata de construir espacios especiales para las mujeres para perpetuar el separatismo, sino para fortalecer, buscando la equidad; finalmente, se trata también de encontrar esos tonos y formas posibles para equilibrar no sólo la participación de hombres y mujeres, sino equilibrar los esfuerzos en el proceso formativo.

Búscale hasta que le encuentres

Como dije antes, ya me había enfrentado a buscar distintas formas de acomodar el violín, tratando de encontrar una manera que me resultara cómoda, sobre todo para sostener los compromisos de tocar sin cansarme, sin lastimarme, con una vara pesada, que es la que me gusta usar. La maternidad dio un vuelco en ese sentido. Definitivamente, prefiero sentarme a bordonear el arpa, cuando me toca sostener a mi bebé en brazos, que tocar el violín. Sin embargo, mi papel, por ahora es más como violinista; por lo tanto, he desarrollado múltiples maneras de tocar, en función también del apego y de la movilidad que mi bebé va teniendo; definitivamente, siempre prefiero tocar sentada bajo estas circunstancias.

Alguna vez, un compañero arpero, que llegó a asomarse a los talleres impartiendo algunas clases, recomendaba e insistía en la colocación del arpa, al uso de los viejos maestros. Hay que observar la foto del Conjunto Zicuirán publicada en el disco La Polvadera, donde se puede apreciar a Don Antioco Garibay sosteniendo el arpa sobre las piernas, enclavada bajo el brazo. Durante el proceso de talleres, encontré una resistencia entre las mujeres para colocar el arpa de esta manera. Yo atribuía mi incomodidad a la lactancia, pero es verdad, que las mujeres tenemos esta condición fisiológica de una prominencia en el pecho que, en mayor o menor grado, puede molestar, o sencillamente, puede llevarnos a buscar otras posturas que de manera ergonómica se adapten a nuestras formas.

Esto es apenas el comienzo de un proceso, que a prueba, acierto y error seguirá construyendo el camino, con la esperanza de encontrar ese lugar en el que, siendo mujer, nos sintamos más acompañadas y más plenas.